Y me dio por pensar (sí, a veces, sólo a veces, me da por pensar, pero sin matarme, que no es plan) que, en realidad, todos somos como ese ciego de ojos blancos y opacos que doblaba una esquina agitando su bastón en el aire. Todos andamos con nuestra propia ceguera a cuestas y nuestro bastón en una mano temblorosa para guiarnos por esta oscuridad espesa y amenazadora que ya nos envuelve con sus brazos de niebla. Y agitamos un bastón en el aire para no tropezarnos con la miseria, el dolor, el desaliento, la resignación, el aburrimiento, el desamor, la enfermedad, la muerte, las canciones de Julio Iglesias, el pescado hervido, el keptchut, la soledad, el pánico.
Casi siempre, en este agitar de palos blancos en la niebla, se nos escapa un bastonazo y alguien grita ay o algo parecido. Y siempre, en este deambular ciego por esta oscuridad ominosa, circula con más prestancia y sin problemas quien tiene la leche más mala y el bastón más duro y más largo.
Es la vida.
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